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historia,protestas
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Mohamed, el vendedor de fruta
Hacía frío en esa clara mañana de invierno. Mohamed, como siempre, madrugó para acercarse con su carrito de venta ambulante de frutas y verduras al centro del pueblo. Era algo que llevaba haciendo desde muy niño para ayudar a su madre y a sus hermanos pequeños. Vivía a las afueras, pero el pueblo no era muy grande y se llegaba enseguida al centro... a su rincón. Su pequeño espacio en la vida.
Ese día estaba especialmente pensativo. Hacia un año, con mucho esfuerzo y sin dejar de trabajar, había acabado sus estudios de informática. Nada... No sirvió de nada. En el país no había salida para la gente joven como él... Recordó que pensó en emigrar. Pero era demasiado arriesgado. No para él, sino para su madre y sus hermanos. Dependían de él...
En fin, no es bueno pensar y preocuparse de cosas que no tienen remedio. Hay que seguir adelante...
Tan distraído estaba que no los vio hasta tenerlos enfrente. Sabía cuando se acercaron que no había escapatoria. No podía pelear. No podía huir y dejar su carrito abandonado. Lo que vino después fue una concatenación de hechos lógicos, rutinarios, repetitivos... Algo que pasaba en muchos pueblos de su país, con muchos hombres jóvenes con hermanos pequeños...
Le pidieron la documentación... ¿Qué documentación? ¿Porqué no acababan rápido si sabían que no tenían la licencia? Le requisaron el carro. Era lo habitual. ¿De que iba a servir protestar? Solo empeoraría las cosas. La única solución era ir al ayuntamiento e intentar sobornar a alguien. No merecía la pena decir nada.
Por eso, cuando uno de ellos le empujó, una oleada de ira, mezclada con la impotencia le inundó. Siempre es así, causa-efecto. Cuando alguien no espera algo... reacciona... Impotencia, rabia, frustración... No debió hacerlo, pero fue instintivo... Alzó la mano sin que ésta pudiera llegar a su destino... Fue suficiente para recibir una lluvia de golpes que acabaron con él en el suelo... Continuaron un rato con patadas hasta que se cansaron... Finalmente se fueron...
Volvió a su casa. La rabia contenida durante tanto tiempo se desbordaba. Apenas le hacia ser consciente del dolor físico. Cogió el spray de pintura inflamable y el bidón de gasolina. Se dirigió al ayuntamiento...
Mohamed planeaba ahorrar para comprarse una furgoneta y poder ampliar el negocio. Nunca soñó convertirse en un héroe nacional. Nunca pasó por su cabeza acabar con el sátrapa que gobernaba su país desde siempre... Nunca pensó que esa llama del mechero prendería todo su país... Y se extendería por todo el Magreb....
Su cuerpo cayo de rodillas mientras se quemaba, pero aún pudo caminar unos pasos hasta caer de bruces. El sátrapa lo iría a ver al hospital en un intento desesperado de cambiar lo inevitable. Mohamed murió el 4 de enero de 2011.
El mundo del crecimiento infinito murió con él... El mundo de Fukujama desaparecía... Un nuevo escenario se abría con él...
Fuente:Agencia Efe